
El gore japonés en cambio, es un recurso dramático, representa la propia autodestrucción que conllevan las guerras personales cootidianas. Después de la segunda guerra mundial, cuando los soldados americanos contaban batallitas sobre cómo reventaron cabezas y cubrieron el suelo de okinawa con sangre y vísceras hasta conseguir la victoria, los soldados japoneses contaron historias muy diferentes, en las que se sentían como samurais sin señor, en las que los horrores que les envolvían no eran explicados por ningún código de honor, sinó por un elemento interno que los deboraba hasta su destrucción.
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